El 16 de junio de 1983 se vivió el que probablemente sea el capítulo más negro en la historia del boxeo. Ese día subió al ring la joven promesa de 21 años Billy Collins Jr. que se enfrentaba al veterano puertorriqueño Luis Resto. Al finalizar la contienda, ninguno de los dos volvió a pisar un cuadrilátero.

Una pelea a diez rounds. En un rincón, un joven estadounidense cuya carrera ascendía meteóricamente a base de victorias, 14 sobre 14 combates y 11 nocauts. Del otro, un púgil de 29 años que era uno más del montón y por el que todos firmaban una derrota.

Un Madison Square Garden colmado, que esperaba el evento principal de peso superwelter entre Davey Moore y Roberto Duran, fue testigo de la pelea más sucia de la historia.

Todos, hasta el mismo Muhammad Ali, presente en el pabellón, aseguraban que el oriundo de Tennesse iba a imponerse. Su estilo agresivo, su gran agilidad de pies y el apoyo de un gran entrenador, Billy Collins Sr (su padre), marcaban la diferencia aquella noche.

Luis Resto, en cambio, era un rival de una carrera irregular, duro y experimentado. Sin embargo, en los papeles no iba a representar una amenaza real para Collins Jr.

La pelea comenzó igualada, pero las caras de los espectadores comenzaron a cambiar a partir del tercer round. Para sorpresa de todos, el puertorriqueño estaba dominando el combate. Golpe a golpe, el joven de 21 años iba haciéndose más débil.

Cuando salió a la disputa del décimo y último round, la cara de Collins se había transformado en una masa deforme, a raíz de los golpes del puertorriqueño. De todas formas logró resistir hasta el final. La pelea se decidió por puntos y Resto, por unanimidad, fue el ganador.

Hasta allí todo parecía normal, salvo la inesperada victoria del boxeador por el que nadie nunca hubiera apostado. Una vez concluido el duelo, Resto se acercó a Collins para felicitarlo. Lo abrazó, besó y consoló con una extraña efusividad. Posteriormente saludó al entrenador, su padre, y fue en ese momento donde todo cambió. «¡Todo el relleno está fuera del maldito guante!», exclamó Collins Sr. al apretarle las manos y sentir algo raro. Por su parte, el experimentado boxeador intentaba zafarse, quería huir sin poder lograrlo, hasta que Lewis se lo llevó a su esquina.

Tras hacerse la investigación, dos semanas después, se descubrió que la espuma de su interior había sido removida, y en su lugar habían puesto yeso. 450 golpes impactaron en el rostro amorfo del joven Collins Jr. En el hospital se le detectó una lesión en la retina del ojo derecho y severos daños en el izquierdo, milagrosamente no perdió la visión total, pero las secuelas le impidieron volver a subirse a un ring.

Más tarde, la federación anunciaba que Luis Resto quedaba inhabilitado del boxeo de por vida. Sin embargo, la familia de la víctima decidió llevar el caso a la justicia, quien lo condenó a tres años de cárcel, junto a su entrenador, por delitos de «agresión, conspiración y posesión de arma letal (sus puños)»

Billy Collins Jr. no volvió a ser el mismo desde aquella noche del 16 de junio de 1983. Fueron nueve meses aterradores, en los que pasó por depresión, alcoholismo y drogadicción, hasta que finalmente, el 6 de marzo de 1984, murió al estrellar su coche contra un barranco.

El caso marcó al deporte, a tal punto que en 2008 el canal de televisión HBO realizó el  documental «Assault In The Ring», en donde Resto finalmente admitió haber adulterado los guantes. Además, reveló que no sólo los guantes, sino también sus manos fueron recubiertas de yeso y su entrenador le daba agua mezclada con medicamentos contra el asma, para que pudiera tener más aire cada vez que salía al ring.

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